1988 fue un gran año. Lo mire por donde lo mire, y no me preguntéis el porqué, siempre suelo encontrar cosas maravillosas en él. Actualmente, sigue sorprendiéndome, sobre todo cinematográficamente hablando. Cuando rescato una película del olvido o bien descubro alguna que no conocía realizada en ese año y me parece destacable pienso: "claro, es de 1988, no puede ser mala". Indudablemente, habrá excepciones, aunque Miracle Mile no es una de ellas.
Por desgracia, y para no variar, su título español, 70 minutos para huir, nada tiene que ver con el original, aunque bien pensado, ambos tienen bastante sentido. Por un lado, Miracle Mile es un barrio real de Los Ángeles, y es donde se desarrolla prácticamente toda la historia, y por otro, 70 minutos para huir es ni más ni menos el tiempo que tienen nuestros protagonistas para intentar escapar de un inminente ataque nuclear, según anuncia una angustiosa llamada telefónica pocos minutos después de dar comienzo la cinta. ¿Spolier ya desde el principio? Puede ser, pero echadle la culpa al propio título. En cualquier caso, lo interesante de esta historia no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, y os puedo asegurar que después de haberla visto por segunda vez, y aunque ya conocía su final, me ha vuelto a dejar perpleja.
Estamos frente a algo difícil de clasificar, ya que mezcla varios géneros
de forma tan sutil como extraña. Ciencia-ficción, thriller, drama, comedia
negra, romántico... Lo que está claro es
que además trata el tema de catástrofes nucleares a gran escala, con lo que
añadimos a la lista la palabra "apocalíptico". Como mola decir eso de
cine post-apocalíptico, ¿verdad?. Pues
aun así, no, tampoco sería "post-", más bien sería "pre-".
Resumiendo, podríamos decir que es un
atípico thriller pre-apocalíptico. ¿Eso existe? Bueno, y si no, me
lo invento yo…
70
minutos para huir arranca con una sencilla y típica historia de amor,
pero de repente, da un giro brutal y se va convirtiendo poco a poco en una
auténtica pesadilla. Lo más interesante de todo ello es ver cómo van
evolucionando y comportándose los personajes y la gente del entorno ante una
situación tan caótica y dramática. Y sobre todo, su argumento engancha por sí
solo y es inevitable no dejarte arrastrar por él. Piensas: "Me quedan 70 minutos de vida, antes de que el mundo se vaya a la mierda, ¿qué
hago?”. Complicadísima decisión.
Con un guión muy bien elaborado como base, está filmada casi a tiempo real, ya
que prácticamente toda la trama se desarrolla en una sola noche. Con pulso firme
y continuo, jugando con el drama y la comedia con una precisión pasmosa, en la
que no decae en ningún momento ni uno ni otra, su director, Steve De Jarnatt,
consigue mantener una constante atmósfera de tensión, de intensidad progresiva, culminando con un final
sorprendente. Corta la respiración.
Es una lástima que este director tan solo realizase dos películas, pues
prometía lo suyo. Desconozco su otra cinta, Cherry
2000 (1987), aunque después de ver esta, no necesito más para afirmarlo. De
hecho, en 1989, fue nominado en varios festivales, tales como Sitges y Sundance
y en 1990 en el Independent Spirit Awards por su labor de dirección y guión.
Precisamente en el festival de Sitges, la película consiguió el premio a
mejores efectos especiales y en el Independent Spirit Awards, fue nominada
también su protagonista femenina, Mare Winningham (St. Elmo, punto de encuentro). La actriz está realmente estupenda.
Hace sombra en cierta medida a su compañero de reparto, Anthony Edwards (La revancha
de los novatos, Top Gun) , que
pese a llevar casi toda la carga de la trama, quizás su interpretación no
resulta tan creíble como la suya. Ella siente y sufre como si realmente no hubiese
un mañana.
Es inevitable destacar la magnífica escenografía, que, independientemente de
los decorados, luce con esplendor con aquella moda ochentera por doquier que
tanto nos gusta (o que tanto me gusta a mí), con su peculiar vestuario y
espantosos peinados. Cabe destacar , como curiosidad, que en un momento
determinado de la historia, hace un pequeño cameo el actor Brion Thomson, el
malo malísimo de Cobra, ¿lo recordáis?.
Su aparición es estelar. Impagable.
Con todo, hay que decir que lo que realmente embellece plenamente y envuelve
con delicadeza a una película tan hipnótica y fascinante como esta, es su banda
sonora. Esta no se sentiría de igual forma sin la maravillosa partitura de
Tangerine Dream, un grupo alemán de música electrónica, que compuso además para
cintas como Risky Business, Los
viajeros de la noche o Legend,
entre otras. Sencillamente, espectacular.
1988 fue un gran año, sí. Aunque paradójicamente, y al igual que muchas otras
joyas de la época, 70 minutos para huir fue un fracaso absoluto de
taquilla. No nos importa. Menos mal que aquí estamos algunos pocos para
rescatarla con cariño del olvido y ponerle la etiqueta de CULTO. Pero así, con
mayúsculas.
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