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miércoles, 6 de mayo de 2015

DISCOS INOLVIDABLES: KEEPER OF THE SEVEN KEYS II (HELLOWEEN)




Cuando alguien ama verdaderamente la música, no suele distinguir de estilos. Recuerdo un tiempo, sobre todo en edad escolar, en el cual te miraban raro si escuchabas - y te gustaban -  dos géneros musicales completamente opuestos, como podían ser el Heavy metal y el "bakalao". Eras "heavy" o "bakala". Elige o muere. Aunque lejos de defender cualquier tipo de etiqueta, yo me quedé con ambos, con un par. Así pues, con las hormonas totalmente alteradas, solía bailar Eurodance en las discotecas, pero cuando volvía a casa, lo que tocaba escuchar era heavy metal. Y claro, con un hermano melenudo, enfundado con pantalones de pitillo, tachuelas y camisetas "satánicas", y una madre que te despertaba cada mañana con el Fox on the Round de Mad Max, como para no gustarte el rock y sus vertientes. Gracias a ellos, descubrí esta pasión. Gracias a ellos, descubrí a Helloween. Y, cómo no, una de sus mejores criaturas - por no decir la mejor - fue engendrada en 1988. Keeper of the seven keys II es otra de las razones de peso por las que adoramos este año. Ciertamente, hacía mucho tiempo que no lo escuchaba, pero gracias a que me lo ha recordado mi amigo Robert García , hoy vuelvo a sentir de nuevo la adrenalina emanando por mis poros, al deleitarme con uno de los mejores discos de la historia de la música.

Originalmente, Keeper of the seven keys II iba a formar parte de un álbum doble junto a Keeper of the seven keys, editado en 1987, pero debido a que la discográfica no lo aconsejó, se lanzó al mercado por separado un año después. En cualquier caso y caminando de la mano de su antecesor, dejaba  bien marcado a fuego el nuevo estilo musical que Helloween había creado, el llamado power metal
Alcanzando disco de oro en Alemania en su día, y habiendo sido una clara influencia para bandas sucesivas durante años, Keeper of the seven keys II es un disco imprescindible, épico y atemporal, que todos los amantes del heavy metal deberían tener en sus estanterías. Si alguien ha olvidado o desea saber el porqué, tranquilos, os lo recuerdo en las siguientes líneas.



De entrada, con el primer tema instrumental llamado Invitation , se nos invita, nunca mejor dicho, a entrar en una gloriosa atmósfera musical , muy similar a la que ya habíamos disfrutado con la introducción de la primera parte (Initiation) , aunque en este caso, quizás esté algo más trabajada que aquella. Arranca de forma cautelosa, pero su breve y suave melodía no hace otra cosa sino preparar a los oídos para lo que va a sonar a continuación. ¿Volumen alto o bajo? Tú decides. La verdad es que si el disco hubiese finalizado con el segundo tema, Eagle Fly Free, tampoco hubiese pasado nada. Su ritmo es tan rápido y apoteósico que no solo levantaría a los muertos más muertos sino que además, a los vivos nos da mucha más vida. Cual  águila de la canción, consigues volar rozando el cielo. Todavía me pregunto cómo es posible que exista un chorro de voz como el que suelta  Michael Kiske al final. Sencillamente, impresionante. Y claro, es tan buena que deja un poco a la altura del betún al tercer tema, You always walk alone. Con ella, se produce cierta decadencia, aunque no llega a sonar nada mal, todo hay que decirlo. 
A continuación, Rise and fall parece levantar de nuevo al disco. Además, gracias a su pegadizo y simpático estribillo es uno de los temas más alegres del mismo. La diversión está servida. Tras este, se escucha de fondo algo similar a unos golpes secos, junto a una voz grotesca. Pero, ¿qué es esto? ¿Quién está rompiendo algo de forma tan descosida? Es, ni más ni menos que (el) Dr Stein. Trallazo donde los haya, que pese a tener un ritmo algo más lento que el resto de temas, tiene tanta fuerza que es inevitable  bailar - o romper platos, lo mismo da -  al son de sus acordes. 


Con las siguientes dos canciones, el disco sufre un pequeño batacazo. Una es la balada We got the right, la cual resulta bastante floja sobre todo si la comparamos con el pelotazo de Keeper of the seven keys, A tale that wasn´t right, y la otra, Save us, que pasa sin pena ni gloria. Nadie es perfecto. 
Afortunadamente , tras este bajón, las aguas vuelven a su cauce y recuperan la intensidad que llevaban gracias a la brutal March of time. Es entonces, cuando llega ella... Señoras y señores, hay que quitarse el sombrero ante una de las mejores canciones que ha parido el heavy metal, I WANT OUT. No puedo evitar escucharla a menudo. Siempre fue mi favorita de la banda. En la actualidad, sigo debatiendo con mi madre (sí, con mi madre) sobre cual es mejor, si ésta o el temazo que ella defiende a muerte, Future World. Aunque, sinceramente, están a la par. I Want Out es un auténtico himno. Brilla tanto que Michael Kiske suda purpurina mientras la canta.



Y cuando parece que el disco no puede ofrecernos momentos más cumbres y nuestros cuerpos están tan extasiados que  rozan límites insospechados , llega el tema que pone punto y final a esta experiencia religiosa. Keeper of the seven keys no es la guinda que culmina el pastel, es el guindo entero que sujeta con firmeza a esta decena de canciones maravillosas. La pregunta es, ¿era realmente necesario emplear más de 13 minutos para redondear un disco como este? . Obviamente , sí. Dotada de una composición extraordinaria, tiene unos cambios de ritmo vertiginosos. Helloween juega con la velocidad más extrema y la melodía más lenta con una precisión pasmosa. Espectacular. Eriza hasta el vello púbico, que diría mi hermano. De hecho, la estrofa que abarca desde el minuto 7:05 hasta el 7:27 es realmente orgásmica. "Disease, disease, disease my friend..." (uuff)
Con todo, y dicho esto, ya sabéis, si alguien os dice  eso de que el chocolate es el sustituto del sexo, no os lo creáis. Falso.  El verdadero sustituto del sexo son discos como este. Divertido, intenso, placentero, rápido, lento, duro, tierno... En resumidas cuentas, para repetir. Obra maestra. 










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